lunes, 30 de mayo de 2011

Turn and face the strain


Algún hombre es algún mortal.
Ningún tigre es algún humano.
- Hamilton



[- la noche anterior (la noche del viernes) me había cruzado en Van Koning con Sergio. Fue, como siempre, incómodo y desgastante y forzadamente trivial y me produjo, como siempre, esa bronca de sentirme una villana a la que me prometí desde hace rato solventar.]


Estoy en una estancia enorme y oscura. Entiendo, luego de caminar cautelosa en cuatro patas y olfatear un poco, que es una especie de cocina. Una cocina gigante y poco ortodoxa, pero cocina al fin. Hay largas hileras de mesadas que se repiten rectas e interminables en la oscuridad. Hay docenas de parejas heladeras blancas contra una de las paredes. Hay mesas inverosímilmente grandes con manteles a cuadros blancos y negros. Hay olor a carne cruda y a carne cocida y hay el zumbido sordo de los motores de las heladeras que cortan y arrancan sin ninguna coordinación.

Siento que quiero agua y huelo el aire. Voy paralela a una de las muchas mesadas y promediándola me paro sobre mis patas traseras y meto el hocico en la bacha repleta de agua fresca y clara.

Soy un puma. O una leona, no lo sé. No tengo forma de sentirlo. Soy dorada y musculosa y sana y tengo las zarpas enormes y bien cuidadas.

Salto sobre la mesada con un esfuerzo mínimo y recorro la estancia desde esa altura. Está oscuro y vacío. Escucho, tímido, por sobre la monotonía del ruido de las heladeras, un respirar irregular e intranquilo.

Sé, inmediatamente, que es Sergio. Tengo hambre, súbitamente. Voy.

Salto, felina,


[- esta es una de las partes que más disfruté de esto, la sensación de sentirme realmente gata.]


a la siguiente mesada paralela, que abunda en cacerolas y coladores y cuchillas y luego salto a la que viene después, que tiene bandejas con pollo y papas y un matambre sin cocer. No me detengo. No me interesa eso.

Llego, diagonal, a una mesada de acero inoxidable, más ancha que las anteriores, más fría y, salvo por el hombre desnudo y dormido que tiene en el centro, vacía.

Veo a Sergio dormir como lo ví siempre: la cara de nene, la boca entreabierta, el vientre duro y hermoso, un brazo sobre el pecho, el pelo sobre los ojos, el pene descansando sobre el interior del muslo, el invariable concierto de su mal respirar, el tatuaje de la pantorrilla y las uñas comidas hasta lo imposible.

Huelo el aire. Avidez.


[- esa palabra no la usé nunca. es la primera vez que la entiendo.]


Veo a Sergio dormir como no lo ví nunca: ínfimo, exánime, ajeno, presa.

Avidez. Imagino romperle el cuerpo y llenarme la boca de sangre caliente y espesa que me baje por las fauces y me anegue el esófago. Imagino el tironear la carne con mi recia quijada y el ruido de los músculos al rasgarse. Imagino mis poderosísimas patas sobre el pecho quebrado y muerto y la satisfacción y la saciedad.

Lo miro. Lo miro mucho y profundamente con mis ojos amarillos. Lo veo y lo desprecio. La avidez ceja.

Me bajo de la mesada y me voy sin mirar atrás, sin dejar de escuchar en todo momento su trabajoso respirar, que alguna vez fue una sonrisa y una seguridad en lo alto de la noche, con un libro en la mano y el insomnio en la cama y ahora es un enfermo sonar casi desconocido.


Despierto.



[- aquella mañana amanecí del otro lado de la cama, muy temprano, me duché larguísimo y decidí desayunar fuera de casa. me vestí con lo mejor que tengo, apagué el teléfono cuando me llamó el flaco con el que me estoy viendo más regularmente y me sentí bien y segura todo el día. aún lo hago. pensé varias veces si charlar esto con vos o no. porque sé que es lo último y temía volver a sentirme culpable o volver a sentir esa villanía de la que te hablaba antes. pero no. es un cambio que no se siente como tal.
- tal vez ese sea el único cambio real.]



What immortal hand or eye
Dare frame thy fearful symmetry?
-William Blake, The Tyger, from Songs of Experience


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