La resaca es una ciénaga en la mente.
El mundo está desacomodado.
Me siento (no recordaba haberme acostado con los pies sobre las almohadas), lentamente. Algo dentro de mi cráneo se abre como un cierre relámpago y escucho un “uhhh…” que sé que debe ser mío, pero viene de muy lejos, de muy otro. Vuelvo a acostarme, pero esta posición no tiene tampoco nada de bueno, así que lo único que imagino que va a atenuar este infierno es un buen lavado de cara y de dientes, muchas pastillas de paracetamol, la mitad de la producción anual de café de Colombia y un antiácido del tamaño de la medialuna del Camp Nou.
Mientras me arrastro hasta el baño pienso que posiblemente un zombie del Resident Evil con tres tiros encima debe parecer Julio Bocca en comparación conmigo a la hora de moverse. Esto -sí, estoy jodido- me causa gracia y tengo el terrible reflejo de sonreírme. Sonreírse duele, el cierre relámpago ya no se abre, le saltan todos los dientes; y un rumor ciego y apelmazado, como de miles de hormigas enojadísimas, me aprieta con pavorosa fuerza la parte de atrás de los ojos.
Milton ve mi Epopeya-en-busca-del-Baño desde el patio. Está ensillando a Tumba para su cabalgata matinal. Se sonríe y me dice: “Que look, Skywalker. ¿Siempre te levantás así o sólo para festejar los días tan buenos como este?”
Trato de contestar, pero tengo la boca empastada, como si mis dientes, lengua y paladar estuvieran hechos del relleno de los Snickers y se negaran a actuar por separado. Me sale algo así como: “ssssssssnacussssssssssssu tumá”. Si el traductor de la ONU que se ocupa de traducir resacoso-español estuviera presente le diría a Milton: “Delegada, aquí el señor Urralburu la exhorta a que se vaya bien a la concha de su señora madre, si no le es mucha molestia”. Milton sonríe aún más que antes (ya tiene el sombrero puesto) y me dice: “Si mi amor”. Tiene razón, pienso, es un día precioso.
El espejo del baño es particularmente cruel hoy y se sintoniza en la versión apocalíptica de la cara que creo tener. La versión Burton de mi jeta. Me asusto: parezco dos kilos de helado de mierda metidos en un pote de un kilo.
Me lavo la cara y los dientes con tanta fuerza y tanta esperanza que bien podría ser una plegaria a los oscuros dioses que hacen doler detrás de los ojos y, con cuatro pastillas de Tafirol en la mano, pongo primera (y no salgo de ella) hacia la cocina.
Milton me espera sentada sobre la mesada, jugueteando con el piercing de su pezón, el sombrero echado hacia atrás y una taza enorme de café caliente en la mano. La cura del cáncer, el desarme mundial, la invasión de los hombres M&M, el MGS 4 conmigo como protagonista… ninguna noticia tendría tanto lugar en mi mente como para hacerle sombra a una simple taza de café. Miro la taza como Adán debe de haber mirado a Eva la primera vez que Dios los puso juntos en el mismo boliche.
Milton me la pasa y me ofrece unas tostadas con Tholem, también.
Estoy por llorar de la emoción. Es tan buena, es tan linda… “Necesito quinientos mangos, monumento a la mala mañana”… es una perra sarnosa la muy interesada.
Primero el café, después vemos todo lo demás.
Milton es paciente, saca un pucho de su atado de Gitanes, lo enciende y se entretiene silbando Misty Mountain Hop mientras resuelve la Claringrilla.
Ahora sí. Por fin viene un palo largo de cuatro, cubro ese agujero finito de la derecha, hago tetris y bajo un poco el nivel de ladrillos.
El mundo vuelve a acomodarse.
-¿Quinientos mangos?
-Yap.
-Ta bien… sabés que voy a terminar dándotelos. ¿Podemos discutir con la soltura y sinceridad de quienes ya pasaron por la negociación?
-Podemos.
-¿Porqué no laburás?
-Laburo, no es una acitivdad que me deje dinero, pero tengo varios trabajos muy serios.
-…
-Este no es el tema de discusión. Además tengo algo preparado que te va a sorprender en cuanto a laburo.
Más sorpresas no…
-OK… ¿para qué los querés?
Sonríe como un picnic de día de la primavera en el Parque Sarmiento a los once años.
-Me voy a comprar una moto.
-Dios…
-Sabía que te iba a encantar.
-No hay motos para tu tamaño.
-No, no de serie.
-Contame.
-Bueno, ¿viste Gabi, el coloradito?
-…
-El primo de Adrián.
-… si…
-Él tiene una casa de modelismo. Vamos a adaptar una maqueta grande con un motor de 25 y vamos a hacerla andar.
Quiero enojarme, pero en el fondo me encanta la idea… desde el conejo en motoneta de Tito que este tipo de cosas me causan mucha gracia. Sonrío, con ganas.
-¿Y qué maqueta van a adaptar?
En el picnic aparecen 10 litros de Coca helada, kilos de papas fritas y una número cinco nueva. La sonrisa le come la cara a Milton.
-Kawazaki Ninja.