Si alguna vez tienen una inquietud a la que quieran inquietar, un viaje nocturno en micro debería exponer al fantasma emocional más duro.
apocatástasis.
(Del gr. ἀποκατάστασις, restablecimiento).
1. f. Fil. Retorno de todas las cosas o de cualquiera de ellas a su primitivo punto de partida.
La luz es escasa, pero es. No hay luna (no visible) y el cielo está tachonado con más estrellas de las que se pueden contar antes de perderse. Me veo las rodillas y el interior de los muslos. Estoy sentado sobre un tronco caído, los pies sobre el pasto alto y descuidado.
Hay olor a mí en el aire.
Quiero un cigarrillo. Busco y entiendo que estoy desnudo.
Entonces sé que sueño. Relajo los hombros, trato de acostumbrar la vista a esta penumbra y me veo otra vez las rodillas y el interior de los muslos.
Hay un gorgoteo confuso en algún lugar indefinido, delante de mí, ruido de agua que cae sobre agua. Creo conocer donde estoy. Acaricio distraído la corteza del árbol y me rasco la nalga derecha. Quiero un cigarrillo.
El agua no cesa, pero el ruido no está solo. Levanto la vista.
- Hace mucho que no te soñaba.
- No lo necesitabas.
- ¿Lo necesito ahora?
- Me estás soñando, ¿no?
- Ese razonamiento no es válido. Necesito un pucho y, ciertamente, no lo estoy soñando.
Se adelanta. Sus piecitos se mueven en un frufrú contra el pasto suave. Huele a lluvia y a crema hidratante y a tardes viendo Seinfeld. Me alcanza un paquete de cigarrillos cruelmente arrugado y un encendedor Bic negro. De los chiquitos.
Saco un cigarrillo, sorprendentemente recto, del atado y golpeo el filtro contra mi rodilla derecha.
- ¿Seguís fumando Phillips?
- La verdad es que no lo sé. Es lo último que recordás que fumaba.
- Oh. Entiendo.
Enciendo el cigarrillo y le devuelvo atado y encendedor. El brazo, elegante y firme -el último brazo que le recuerdo-, tiene la vieja pulsera de plata, enorme. La mano, las uñas comidas y el anillo cuadrado.
- ¿Lo necesitás?
Pito y la miro sin ninguna vergüenza. Lo pienso.
Posta, hace mil que no la soñaba. Lo pienso.
Bajo la vista, me miro la rodilla y el interior de los muslos y el pene, que cuelga como un juguete roto. Lo pienso.
- No lo sé.
- Bueno.
Enciende un pucho. Se sienta frente a mí y mira el cielo. Tiene un jean muy azul y una musculosa muy blanca. Está descalza. Fumamos en silencio mientras el agua se come al agua.
Se pone de pie.
- ¿Subimos?
Señala con la mano derecha, con el cigarrillo, la leve inclinación del terreno y el lugar de donde viene el ruido del agua. Se le nota la curva del pecho y el hueco de la axila. No usa corpiño. Beneficio del último recuerdo, también, asumo.
- Siempre me gustaron mucho tus tetitas.
Sonríe. Es una buena sonrisa.
- Sí. Lo sé. Son lindas.
Sonrío. Me siento bien. Porque es una buena sonrisa.
Se lleva el pucho a la boca y enarca la ceja izquierda.
Me ruborizo.
- Oh, sí, claro. Subimos.
Me pongo de pie y me saco un pedazo de corteza desprendida que tengo pegada en la nalga.
- Perdón.
La pendiente es suave y el pasto es blando. Hay una racha de aire nocturno que nos agita el pelo y nuestras voces suenan bien. La voz de ella es como un montón de cerezas en un bol. La mía suena como antes, a madera sin lustrar. Me siento bien. Porque son buenas voces.
Hablamos de comida y de cerveza, del capítulo de Friends con Gary Oldman y de una barra en un bar que ya no existe, de un juego de almohadas horrible, de un truck que nunca compré y de un tatuaje que nunca se hizo.
Entiendo que no necesito mirarla para verla. Sí bajo la vista y me miro el vientre.
- No empieces con tu cuerpo.
Me ofrece otro pucho, ya encendido. Lo tomo. Callado.
Llegamos a lo alto de la cuesta. Un riacho claro y fino, con tres saltos pequeños, que se ve como una cinta de plata (como una pulsera) bajo la luz, acaso más intensa ahora, de las estrellas, raya el paisaje todo desde la izquierda hacia la derecha.
El agua se ve fría y segura. Discurre con una velocidad que parece incorrecta para la poca inclinación del terreno. Hay algunos árboles (algunas siluetas de algunos árboles) del otro lado del río. El aire huele a libro nuevo. Me siento bien. Porque es un buen olor.
- Cambiá la pregunta. O cambiá las preguntas.
- No te entiendo.
- ¿Cuántas cosas querés negar en el mismo sueño? ¿Cuántas veces podés hacerte el boludo en un mismo sueño?
Sonrío. Estoy tocando el agua con el dedo gordo del pie derecho. Está helada.
- ¿Todas?
Sonríe. Me mira. Le brillan los ojos, muy negros. Se lleva el pulgar izquierdo a la boca y se raspa la uña con las paletas. Deja de sonreír.
-¿Es necesario?
La pregunta me supera, son muchas mis preguntas como para contestar todas con esta. Sin embargo no quiero (no puedo) quebrar este regalo nocturno.
- Sí.
Respondo y me sorprendo.
- ¿Todo este tiempo?
- Todo este tiempo. No sé, realmente, si es necesario. Sí es inevitable porque me importa. Sí es inevitable, porque es correcto.
- No. No lo es.
No voy a discutir. No entiendo el propósito. No sé siquiera si entiendo las preguntas. Sé, sí, que hace dos años esta mujer, este símbolo, era una esfinge y no hablaba y me detuvo noches y meses con una pregunta que no acerté a responder. Sé, sí, que puedo decir la verdad sin tener esa vergüenza inmanente que me cela en la vigilia. No quiero otra serie de sueños de esfinges. La primera pregunta de todas se responde sola: no. No necesito soñarla.
Lo entiende. Sonríe otra vez y, otra vez, le brillan los ojos.
- ¿Qué querés?
El agua burbujea, las estrellas guiñan y su voz es como un montón de cerezas en un bol. La mía ya no suena a madera sin lustrar.
- Todo.
- ¿Existe eso?
- Sí.
- ¿Existe eso, aún?
- No lo sé.
- ¿Sincero?
- Sincero.
Sincero en esa respuesta y en las demás. En las que no me hizo y ya me respondí mil veces.
- No te envidio para nada.
- Lo sé. Yo tampoco.
El aire se hace frío. La noche es hermosa.
Juntamos algunas piedras y las tiramos al agua, tratando de que caigan siempre en el mismo lugar. Me abraza, me dice al oído, con voz de montón de cerezas en un bol, una frase vieja y compartida, me deja un cigarrillo encendido y se va, los piecitos blancos acariciando el pasto suave.
Hay otro sueño que soñar. Que es sólo eso, nada más que eso. Pero me siento bien. Porque, a pesar de todo, es un buen sueño.