martes, 25 de enero de 2011

Enero Veintitrés Veinticuatro

Si alguna vez tienen una inquietud a la que quieran inquietar, un viaje nocturno en micro debería exponer al fantasma emocional más duro.


apocatástasis.
(Del gr. ποκατστασις, restablecimiento).
1. f. Fil. Retorno de todas las cosas o de cualquiera de ellas a su primitivo punto de partida.

La luz es escasa, pero es. No hay luna (no visible) y el cielo está tachonado con más estrellas de las que se pueden contar antes de perderse. Me veo las rodillas y el interior de los muslos. Estoy sentado sobre un tronco caído, los pies sobre el pasto alto y descuidado.

Hay olor a mí en el aire.

Quiero un cigarrillo. Busco y entiendo que estoy desnudo.

Entonces sé que sueño. Relajo los hombros, trato de acostumbrar la vista a esta penumbra y me veo otra vez las rodillas y el interior de los muslos.

Hay un gorgoteo confuso en algún lugar indefinido, delante de mí, ruido de agua que cae sobre agua. Creo conocer donde estoy. Acaricio distraído la corteza del árbol y me rasco la nalga derecha. Quiero un cigarrillo.

El agua no cesa, pero el ruido no está solo. Levanto la vista.

- Hace mucho que no te soñaba.

- No lo necesitabas.

- ¿Lo necesito ahora?

- Me estás soñando, ¿no?

- Ese razonamiento no es válido. Necesito un pucho y, ciertamente, no lo estoy soñando.

Se adelanta. Sus piecitos se mueven en un frufrú contra el pasto suave. Huele a lluvia y a crema hidratante y a tardes viendo Seinfeld. Me alcanza un paquete de cigarrillos cruelmente arrugado y un encendedor Bic negro. De los chiquitos.

Saco un cigarrillo, sorprendentemente recto, del atado y golpeo el filtro contra mi rodilla derecha.

- ¿Seguís fumando Phillips?

- La verdad es que no lo sé. Es lo último que recordás que fumaba.

- Oh. Entiendo.

Enciendo el cigarrillo y le devuelvo atado y encendedor. El brazo, elegante y firme -el último brazo que le recuerdo-, tiene la vieja pulsera de plata, enorme. La mano, las uñas comidas y el anillo cuadrado.

- ¿Lo necesitás?

Pito y la miro sin ninguna vergüenza. Lo pienso.

Posta, hace mil que no la soñaba. Lo pienso.

Bajo la vista, me miro la rodilla y el interior de los muslos y el pene, que cuelga como un juguete roto. Lo pienso.

- No lo sé.

- Bueno.

Enciende un pucho. Se sienta frente a mí y mira el cielo. Tiene un jean muy azul y una musculosa muy blanca. Está descalza. Fumamos en silencio mientras el agua se come al agua.

Se pone de pie.

- ¿Subimos?

Señala con la mano derecha, con el cigarrillo, la leve inclinación del terreno y el lugar de donde viene el ruido del agua. Se le nota la curva del pecho y el hueco de la axila. No usa corpiño. Beneficio del último recuerdo, también, asumo.

- Siempre me gustaron mucho tus tetitas.

Sonríe. Es una buena sonrisa.

- Sí. Lo sé. Son lindas.

Sonrío. Me siento bien. Porque es una buena sonrisa.

Se lleva el pucho a la boca y enarca la ceja izquierda.

Me ruborizo.

- Oh, sí, claro. Subimos.

Me pongo de pie y me saco un pedazo de corteza desprendida que tengo pegada en la nalga.

- Perdón.

La pendiente es suave y el pasto es blando. Hay una racha de aire nocturno que nos agita el pelo y nuestras voces suenan bien. La voz de ella es como un montón de cerezas en un bol. La mía suena como antes, a madera sin lustrar. Me siento bien. Porque son buenas voces.

Hablamos de comida y de cerveza, del capítulo de Friends con Gary Oldman y de una barra en un bar que ya no existe, de un juego de almohadas horrible, de un truck que nunca compré y de un tatuaje que nunca se hizo.

Entiendo que no necesito mirarla para verla. Sí bajo la vista y me miro el vientre.

- No empieces con tu cuerpo.

Me ofrece otro pucho, ya encendido. Lo tomo. Callado.

Llegamos a lo alto de la cuesta. Un riacho claro y fino, con tres saltos pequeños, que se ve como una cinta de plata (como una pulsera) bajo la luz, acaso más intensa ahora, de las estrellas, raya el paisaje todo desde la izquierda hacia la derecha.

El agua se ve fría y segura. Discurre con una velocidad que parece incorrecta para la poca inclinación del terreno. Hay algunos árboles (algunas siluetas de algunos árboles) del otro lado del río. El aire huele a libro nuevo. Me siento bien. Porque es un buen olor.

- Cambiá la pregunta. O cambiá las preguntas.

- No te entiendo.

- ¿Cuántas cosas querés negar en el mismo sueño? ¿Cuántas veces podés hacerte el boludo en un mismo sueño?

Sonrío. Estoy tocando el agua con el dedo gordo del pie derecho. Está helada.

- ¿Todas?

Sonríe. Me mira. Le brillan los ojos, muy negros. Se lleva el pulgar izquierdo a la boca y se raspa la uña con las paletas. Deja de sonreír.

-¿Es necesario?

La pregunta me supera, son muchas mis preguntas como para contestar todas con esta. Sin embargo no quiero (no puedo) quebrar este regalo nocturno.

- Sí.

Respondo y me sorprendo.

- ¿Todo este tiempo?

- Todo este tiempo. No sé, realmente, si es necesario. Sí es inevitable porque me importa. Sí es inevitable, porque es correcto.

- No. No lo es.

No voy a discutir. No entiendo el propósito. No sé siquiera si entiendo las preguntas. Sé, sí, que hace dos años esta mujer, este símbolo, era una esfinge y no hablaba y me detuvo noches y meses con una pregunta que no acerté a responder. Sé, sí, que puedo decir la verdad sin tener esa vergüenza inmanente que me cela en la vigilia. No quiero otra serie de sueños de esfinges. La primera pregunta de todas se responde sola: no. No necesito soñarla.

Lo entiende. Sonríe otra vez y, otra vez, le brillan los ojos.

- ¿Qué querés?

El agua burbujea, las estrellas guiñan y su voz es como un montón de cerezas en un bol. La mía ya no suena a madera sin lustrar.

- Todo.

- ¿Existe eso?

- Sí.

- ¿Existe eso, aún?

- No lo sé.

- ¿Sincero?

- Sincero.

Sincero en esa respuesta y en las demás. En las que no me hizo y ya me respondí mil veces.

- No te envidio para nada.

- Lo sé. Yo tampoco.

El aire se hace frío. La noche es hermosa.

Juntamos algunas piedras y las tiramos al agua, tratando de que caigan siempre en el mismo lugar. Me abraza, me dice al oído, con voz de montón de cerezas en un bol, una frase vieja y compartida, me deja un cigarrillo encendido y se va, los piecitos blancos acariciando el pasto suave.

Hay otro sueño que soñar. Que es sólo eso, nada más que eso. Pero me siento bien. Porque, a pesar de todo, es un buen sueño.


viernes, 14 de enero de 2011

Knives and eyes, whatever

Escribir es volar en sueños.
Cuando te acuerdas. Cuando puedes. Cuando funciona.
Es así de fácil.

Neil Gaiman

Hoy, gracias al estado en Facebook de un amigo, recuperé una cita. Una cita que en un tiempo me quemaba.

He creates a new language, a new grammar, eight cases and five genders. This passes twenty minutes. Then it’s boredom again…
The Enigma kills time – Enigma #1: The Lizard, The Head, The Enigma

Me quemaba por un tema que supo ser recurrente y nunca pude resolver: el aburrimiento. Nunca entendí, ciertamente, si estaba aburrido como constante o si nunca me aburría. Hoy creo estar más cerca de la segunda alternativa. Incluso: no entiendo como alguien puede aburrirse. O como puede alguien pensar que aburrirse es algo malo. Ojalá pudiera hacerlo.

Si tuviera el tiempo y la capacidad suficiente para aburrirme, no habría límite para las cosas que NO haría.

Pero no es el aburrimiento lo que hay detrás de la puerta que el reencuentro con la cita abrió.

Es la escritura.

Recordé que hace tiempo usé esa cita como epígrafe para poner en palabras el sueño de un amigo, cuando escribía sobre ellos.

Recordé cuanto hace que no escribo.

Miento. Escribo a diario. Cada noche escribo. Tal vez no más de dos párrafos de cosas repetidas, de conversaciones que nunca fueron o de conceptos que ya no importan, pero escribo. Cierro el Word sin salvar como despedida de eso siempre. No es importante. En 24 horas esos mismos fantasmas vuelven a poblar la pantalla.

Recordé cuanto hace que no escribo algo que me satisfaga, no escribo algo que no sea un reflejo o una forma de ir matando otro algo, cuanto hace que no me encuentro con cosas (refrito precisamente la entrada que contenía esa cita) como esta:

http://semilla001.wordpress.com/2008/09/24/wing-is-written-on-your-feet/

Septiembre del 2008, nada de tiempo, todo el tiempo.

Uno escribe.

Escribe por inquietud. Escribe para sanar. Escribe para confirmarse. Escribe para decir, para ordenar lo que dice. Escribe para agradar o para desafiar o para pensar que no hace ninguna de esas dos cosas cuando sí lo hace. Escribe para gritar, para tener la voz más alta.

Escribe para buscar.

Eso es lo que más me sucede. Escribo para buscar.

Entonces, uno busca.

Busca para encontrar, ¿no?

Parece una boludez la pregunta.

¿Y si no? ¿Y si uno entiende que no busca para encontrar? Es rarísima la sensación. Uno, cuando busca, busca para encontrar, seguro. Busca con desasosiego y con entusiasmo. Busca con inquietud y con esperanza. Busca para encontrar. Encontrar. Que palabra.

Si uno se da cuenta de que, deliberadamente, busca para no encontrar, ¿Entonces qué?

¿Cómo se lleva eso? ¿Cómo se solventa?

Buscar con denuedo, con angustia, con valor, con alma y vida. Pero buscar para no encontrar. No, ojo, buscar y no encontrar. Esa es una de las reglas del juego. Buscar con el propósito de no encontrar.

¿Cómo escribís algo satisfactorio cuando, cuando buscás, buscás para no encontrar?

¿Y cuando soñás? Cuando la oscuridad te desparrama toda su negrura encima como una frazada vieja y pesada y lo único que podés hacer es buscar y escribir, porque soñar tiene mucho de eso. ¿Qué hacés cuando soñás para no encontrar?

Es una poronga, viejo.

Es una poronga.