miércoles, 29 de septiembre de 2010

Another face on the water

I shall go to her, but she shall not return to me (2 Samuel, XII, 23).
-Byron, inscripción para la tumba de su hija Allegra


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Toda la simbología de este sueño, de anoche, 28 de Septiembre, es sencillísima. No merece elucidación alguna. Sí remarco que el agua, en lo personal, siempre me pareció la mejor imagen del amor (tampoco es una revelación: tres mil años de malos poetas y de literatura estéril me avalan) posible. Por blandura, por dureza, por ser libre y por buscar adaptarse al recipiente que la contiene, por limpiar, por anegar, por llover, por refrescar, por ahogar… por ser, malditas sean las publicidades, el 75% de mi puto cuerpo.


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Múltiples estanques de piedra.

Rectangulares y circulares se alinean, simétricos e infinitos, sobre el regular suelo de pasto verde oscuro, oscurísimo, que es toda la escenografía onírica de esta noche.

Cada estanque, limpio, frío, pétreo en gris y ocre, húmedo, oscuro, hermoso, no me deja duda sobre qué función cumple. Cada uno gobierna una canilla (que es más un tubo de bronce que el aparato de la mesada de cocina que conocemos) que lo alimenta con caudal variable pero constante.

El suelo, el pasto, lo verde, tiene una textura suave bajo mis pies desnudos. Algo hay de noche y algo más hay de sabio en ese pasto, en esa sensación en la planta de los pies.

Tengo temor, claro, pero no dudo. Es escandalosamente obvio que estoy yendo hacia la circular y mojada superficie de mi estanque.


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Recuerdo que, al despertar, pensé que el sueño era supernumerario e innecesario. Que tenía más de post-it que de sueño, y aún más de cansancio que de post-it.


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He reached out and touched one of those callused killer's hands.
Gently he touched it, and with love.
"Go on, Roland. Tell your tale. All the way to the end."
"All the way to the end," Susannah said dreamily.
"Cut the vein." Her eyes were full of moonlight.
"All the way to the end," Jake said.
"End," Oy whispered.
Roland held Eddie's hand for a moment, then let it go. He looked into
the guttering fire without immediately speaking, and Eddie sensed him
trying to find the way. Trying doors, one after another, until he found one
that opened. What he saw behind it made him smile and look up at Eddie.
"True love is boring," he said.
"Say what?”
"True love is boring," Roland repeated.
"As boring as any other strong and addicting drug."
-S. King, The Dark Tower IV: Wizard and Glass


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Voy, entre estanques, descalzo, con decidida parsimonia y remera blanca y jean azul, el rostro impasible que se repite, empapado e irregular en los múltiples espejos de agua.

Veo mi canilla de bronce, veo mi redondo estanque, veo mi reposada agua oscura, veo la especular superficie y sobre ella mi cansado rostro.

“No hace falta esto”, pienso.

El sonido del goteo regular se come el sueño. De pronto no hay nada más que el sonido líquido de las gotas al romper la superficie del estanque. De pronto no hay nada más que mi tranquila desesperación por mantener ese goteo, por amarrete que sea. De pronto no hay nada más.

“Headshot”, pienso.

Y, sí, se levantan todos los monstruosos ejércitos de la angustia en respuesta al silencio, a lo seco, a lo agostado, a lo fatal.

Busco sonido, busco humedad, busco algo que no sean pasto y piedras, busco a Fernando entre todo esto que no lo contiene y que él armó y no encuentro nada de eso.
“Todos somos muchas aguas”, pienso, mientras hago, con infinita tristeza impersonal, ondas con los dedos en la frágil superficie de mi estanque.

Una gota raya el aire, luego se hace un dibujo concéntrico en el agua oscura. Ese dibujo se repite, aislado, en varias partes.

Llueve.

“Siempre que paró, llovió”, pienso, y me lamento mucho por no tener puchos mientras se me empapa la remera blanca.


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Despierto.


This is how it works:
You're young until you're not,
You love until you don't,
You try until you can't.

You laugh until you cry,
You cry until you laugh,
And everyone must breathe
Until their dying breath.

viernes, 3 de septiembre de 2010

A face on the water


The only gift is a portion of thyself.
-Ralp Waldo Emerson


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El caballo es de piedra clara. Marcado con rayones verdes irregulares tiene las zarpas definidas con preciosismo. Porque es un jaguar, claro.

Muevo en L, busco el medio como marca el libro. Los escaques se repiten en verde agua y carmesí profundo. Mi posición no es mala. Sin embargo tengo que conseguir, por un puñado de turnos, que no salgan las torres enemigas. Pito distraído el pucho que, casi apagado, se eterniza en mi boca y alzo la vista.

Moctezuma está serio pero sonríe. Tiene los ojos negros y el pelo sucio lleno de plumas verdes y rojas. Con la mano izquierda se acaricia el cuello; con la derecha repasa, amplias, las jugadas que su mente (la compleja, la elemental, la infantilmente cruel, la lúcida mente de Moctezuma) le propone.

Pito otra vez y sé que sueño. Miro los trebejos sabiendo que otras cosas tienen que ocurrirme en este sueño. Las torres son pirámides, jaguares los caballos y yo no me reconozco. No quiero hacerlo. Siento esa resistencia gravitar como un montón de ratas enojadas dentro de mí.

El escenario es una parte despejada de la selva húmeda e infestada de insectos y olores antiguos.

Giro la cabeza y veo los yelmos brillando como un río limpio bajo el sol. Los 600 de Cortés, sentados y parados, en cuchillas y erguidos miran la partida sin interés. Los odio, intensamente. No sé odiar, porque no sirvo para ello, pero lo que me sale es lo único que puedo calificar como odio. Temo ese sentimiento. El temor sin bordes que se tiene cuando uno es un niño. El temor de no entender. Los 600 de Cortés podrían haber hecho algo. Algo por mí. Algo a mi favor, que es también lo correcto. Eso, también, lo pienso como un niño.

Otras cosas tienen que ocurrirme en este sueño. Al mal trago darle prisa, pienso, sin dejar de mirar como Moctezuma levanta el alfil del rey y se demora unos segundos en hacerlo correr, seguro, para proteger a su caballo del mío. Mi jugada es sencilla y lógica, inevitable, pero no la hago. Otras cosas tienen que ocurrirme.

Me lo impongo, decido hacerlo: miro hacia la derecha con el pucho clavado entre el índice y el medio de la mano derecha y disfruto, con angustia, de Helena. Abraza lateral a su hombre. La mano pequeña y blanca descansa, con cariño, sobre el pecho que considero erróneo. Las sonrisas de ambos desbordan de suficiencia.

“Es así todo el tiempo.” Pienso. “Todo mi puto tiempo. Toda mi ignorancia, todas las mentiras que me digo.”

El rey, mi rey, el rey blanco, naturalmente, es la pétrea efigie de Moctezuma. Sé lo que voy a hacer. Todos lo saben. Miro a los 600 y sigo odiándolos. Esto es lo que querían. Es lo mejor para todos, es no tener ni conflicto ni opinión. Prendo otro pucho y derribo al rey blanco con el dorso de la mano. No levanto la vista, no hablo, no me altero en lo más mínimo.

Me voy. Me voy de la selva y de los 600. Me voy del dolor y del ajedrez. Me voy de Moctezuma y de mis recuerdos. Me voy de la persona que no soy y no se reconoce y de las sonrisas que sólo son dientes. Me voy sabiendo que no me voy, sino que vuelvo. Vuelvo a mí porque es lo único que entiendo limpio.

Camino tres cuartos de pucho sin pensar en nada pero sintiendo de manera sorda y apagada (pensando en que la fabrico, en que la falseo) la sensación de que otras cosas tienen que ocurrirme en este sueño.

El camino es una alfombra gris claro, llena de pelos y caliente. Blanda y dulce a los pies, cálida y sincera. Es el vientre de un gato. Apago el pucho en la tapa de la caja -para no incomodar al suelo- y prendo otro. Sonrío. Es bueno caminar sobre un gato. Lo único que hay es sol y siento que algo más tiene que ocurrirme en este sueño.

Veo, allá, lejos, una silueta. Una campera demasiado grande que conozco no me engaña. El contorno de un pañuelo y el familiar dibujo de las rodillas me hacen sonreír. Levanto los ojos al cielo y los sé limpios. Hay un olor. Un olor a piel inocente y constante. “Olor a vida. Su olor”, pienso y creo que no me miento cuando camino hacia adelante.
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Despierto.