Antes que nada: todos leímos Así habló Zaratustra. Sé que hay Dragón y León y lucha y blablabla. No sé nada de psicología (la desprecio, además) y me importa poco (no tengo ningún interés en) plagiar oníricamente a Nietzsche. Esto, simplemente, es. O fue, mejor dicho, así, los protagonistas aparecieron. Y se desarrolló de esta manera. Lo demás me chupa un huevo. Para mí es un ejercicio.
-Neil Gaiman
Estoy soñando demasiado.
Demasiado seguido, demasiado extraño, demasiado extenso, demasiado simbólico. Demasiado yo. Probé mil cosas para que deje de pasar. Esta es la mil y una. Exorcizarlos al embarrarlos transcribiéndolos, ensuciándolos con la fácil confusión de escrito de fantasía al azar.
Parece una pista de Nascar en miniatura. Y luego se va acercando, a buena velocidad, pero no excesiva. Pienso que es la cancha de River por unos segundos. Luego veo lo que es: la parte interior de un volcán, una terraza toda de rocas fundidas y un gran lago cristalino en el medio, en la boca.
Cambia la vista y estoy sentado en una laja grande de roca volcánica. Tengo unos jeans celestes muy, muy, muy gastados, unas zapatillas adidas blancas y azules que dejaron de hacerse cuando yo tenía veinte años, una remera de ese negro gastado por los lavados que debería tener un nombre ya que no es ningún color y una campera de corderoy marrón demasiado corta.
Veo con mis ojos (el lago, el borde lejano de los picos de la cima, el absoluto celeste del cielo) y veo desde afuera mío (yo, mi espalda, la forma en la que el viento me agita el pelo y la campera) casi al mismo tiempo.
Estos cambios de cámara son manejados oníricamente, por el director de cámaras de mi subconsciente, así que no voy a molestarme en explicarlos a menos que sea necesario. Sepan seguir la narración.
A mis pies hay otra piedra con forma de oreja gigante y plana. Están mis puchos, un encendedor rojo y mi celular. Pienso: “que raro, hace meses que no fumo”. El paquete de cigarrillos deja de tener escrito LUCKY STRIKE y pasa a leerse Meses-Que-No-Fumo: 4. Inmediatamente se transforma en una lagartija muy verde y muy fina y desaparece con una velocidad asombrosa debajo de la roca. Lo mismo decide hacer el encendedor, sólo que la lagartija es roja.
Sonrío.
El sol es una enorme y perfecta pelota amarilla justo sobre mi cabeza e inunda todo de una luz tan prolija, tan total, que parece que estuviera dando lecciones de astro rey.
Escuché varias veces hablar sobre si soñamos o no en colores, con sonido, si podemos leer en nuestros sueños o no, si soñamos con olores… yo siempre soñé con todo eso, o esa impresión tengo al recordar cuando despierto. O sea, mis sueños incluyen todo el paquete: HBO, Cinecanal, el fútbol y, por descontado, el condicionado. Siempre me despierto al palo.
Me trepa por la pierna izquierda una rata grande, flaquísima, gris nube, hermosa. Tiene la cola muy rosada y gruesa como mi dedo índice. Se acomoda sobre mi muslo.
Me dice: “Yo soy vos. Tenés un mensaje.”
With flames from the dragon of darkness
The sunlight blinds his eyes.
En donde aparece la foto del remitente hay un ojo gigante, amarillo como un toda la pus del universo concentrada, con una zanja negra que
DRAGÓN dice abajo.
Abro el celular. "LAGO" dice el mensaje. Lacónico pienso (es una palabra que siempre la pienso, creo que jamás la dije en voz alta). Cierro el celular y miro el lago.
Es un dragón.
Abre las alas y levanta la cabeza mientras se endereza y deja que se le escurra el agua del lago. Es una enormidad toda petróleo y plata: escama negra de brillo cegador. Nunca ví nada más terrorífico en mi vida: es hermoso. Pisa el borde del lago con sus dos patas traseras que son como troncos de ombúes y, bajando la cabeza y mirándome fijo, se acerca hacia donde estoy.
A mí me dan mucha impresión (mucho miedito) las cosas que pueden pasarles a mis ojos. En el Health Channel una vez ví una operación en la que a un flaco le estaban sacando astillas de vidrio de los globos oculares. Yo tenía la piel de gallina, los dientes apretadísimos y sabía que no quería ver eso. Pero no podía dejar de hacerlo. Supongo que esa es la fascinación que usan algunas serpientes para cazar.
No puedo dejar de verlo. Enorme, negro, total. Huele a bronce recién lustrado con Brasso y a Eternidad. Huele a algo que sabés que hiciste mal y a la sensación de que nadie puede vencerte.
Me habla. No abre la boca.
No tiene nada que ver con la idea que tengo de telepatía. Esa cosa hecha de palabras que retumban en el cerebro con alguito de eco y mucho de acostumbramiento hollywoodense. Es una comunicación que me anega el cuerpo, que me llega de todos lados, que hace que toda la piel me tiemble como lo hacen los labios cuando los apoyás en un micrófono que está muy saturado. Un cosquilleo completo, con centro en el vientre y sin bordes, como cuando te lamen las bolas.
“YO SOY VOS -me dice, ruge, me atruena- TENÉS QUE HABLARME. ES SOBRE LO-QUE-DESEA-TU-ALMA. DEMORARLO ES INÚTIL.”
Miro a la rata. Me mira la rata. Estas dos últimas cosas son simultáneas.
(es gigante, no sé si se los dije antes)
pero no está ahí. No sé como definirlo mejor. Da un paso atrás en la realidad.
“EL TELÉFONO" me susurra en el vientre antes de replegarse entre las capas del mundo.
Suena el teléfono. El dragón ya está empezando a parecerme irreal. En lugar de No Rain o de The Battle of Evermore, que son los ringtones que uso para los SMSs normales o los de dragones negros, se escucha Patriot con la, también, setentosa voz de Steve Van Zandt.
She looked so fine.
I said baby what's on your mind.
She said I want to run like the lion
Released from the cages
Released from the rages
Burning in my heart tonight.
La imagen del remitente es una corona. La imagen ideal de una corona para quienes no vimos ninguna corona real (en ambos sentidos): dorada, metálica, cuatro majestuosas puntas señalando circularmente hacia el cielo.
LEÓN dice abajo.
Lo dejo sonar un poco, hace mil que no escucho esa canción. Lo abro. SELVA, dice el mensaje. ¿Selva? Pienso.
Cierro el celular y, como es lógico en la ilógica geografía de los sueños, miro hacia la selva (recién advertida, recién formada) que se esfuerza en una confusión de verde y de ramas y de lianas y de humedad a mi derecha, contra la afilada pared de roca del volcán.
Es todo músculos. Fuertes correas que llevan y traen kilos y kilos de músculo se prenden y apagan, suben y bajan bajo su cuero en cada uno de sus movimientos.
Es un león. Es lo que hubiera hecho Pininfarina si Dios se hubiera tirado a chanta en el diseño del rey de la selva y los felinos.
Tiene una melena desproporcionada, regia, del color de una cancha de tenis mojada. Si hubiera habido un incendio forestal en el Edén, seguro se hubiera visto como esa melena. Tiene el cuerpo del color de la infinita arena del infatigable desierto y la misma variedad de tonos de amarillo y ocre y naranja que las hojas de la plaza Devoto en otoño le bailan desordenadas por los pliegues de la piel cuando se mueve.
Si pudiera pronunciar la palabra majestuoso como lo hace un locutor de National Geographic lo haría, para que me ayudara a definirlo.
El león ES y, además, se siente, porque él está ahí, un cierto cambio en el centro de gravedad de todas las cosas.
Tiene los ojos dorados y espesos como la miel fresca. Esos ojos de inteligencia intimidante rigen una cabeza imponente, alzada y (obvio) felina que gobierna un cuerpo de una plasticidad y fuerza perfectas.
Se mueve con la gracia y la parsimonia de la odalisca más peligrosamente mortal de la creación hasta donde estoy yo y me mira y cuando lo hace comprendo como deben sentirse los juzgados por la divinidad, sea cual fuere en la que creyeren.
La rata sonríe, nerviosa, desde mis piernas. Tiene el mismo miedo que yo.
El león abre la boca, tiene las encías del color de las ciruelas maduras y la lengua (que es grande como mi cara) es tan encarnadamente roja que parece hecha de un solo rubí.
“Después” me dice, porque habla, con una suavidad saturada de desprecio. Mira a través de mí y tuerce la cabeza en un gesto que si no tuviera terror en estado sólido me arrancaría un suspiro de ternura. Le brillan los ojos y se le iluminan los bigotes. Me doy vuelta y el dragón vuelve a ingresar en el mundo moviendo toda su gigantesca y escamosa negrura de toneladas con la misma facilidad con la que una gimnasta rumana de trece años se agacha atarse los cordones. Hace un pequeño movimiento con la cabeza (como si dijera que sí) y salta hacia el lago. El león hace lo mismo.
Y el aire está plagado de sonidos de respiraciones de bestias y gruñidos de entidades poderosas y se sacude y se expande y se contrae y se calienta y crece como si un dragón negro y grande como la noche más larga y el león más brillante y fuerte de la historia estuvieran midiéndose y probándose y atacándose y esquivándose en una lucha ciclópea.
Que es justo lo que está ocurriendo.
Ahora que pasó lo más sorpresivo caigo en la cuenta de un hecho que es fantástico, incluso para un sueño: la voz del león es igual a la voz de Barry White.
Ya es muy tarde, y esta semana la estoy laburando entera, son muchas horas, sigo la semana que viene.
No resta mucho.