Todo, todo, todo, todo se trata de la gente que aún estás por conocer.
- Alguien, no recuerdo quien. Bien pude haber sido yo.
Este viernes que se fue me volvió, luego de navegar un laberinto de mails que no iban a eso, el .doc original, que había perdido junto a un disco rígido y tres libros, de una anotación vieja.
Los originales de los .docs que luego se hacen carne de blog son interesantes (permítaseme la exageración) porque abundan en notas que luego no ven la luz y de correcciones y descorrecciones (no borro cuando escribo algo que luego no quiero, tacho, así, ¿viste?) y de idas y vueltas y de desórdenes de párrafos y abundancia de repeticiones y de escribir en colores varios y fonts diversas.
Este fue un finde profundo, frío, sobrecargado de información mala onda y de noche polar. El domingo empezó tarde y me encontré en un momento pensando en qué hacer con tanto tiempo. Ahí me volvió una frase que supe usar y querer y que, oh, casualidad, está en este viejo y desprolijo escrito: linda como un domingo.
El escrito recuperado trata (de forma insuficiente, como es mi costumbre) de entender que gente diversa e incluso polarmente opuesta puede tener los mismos sueños. Salí, miré gente. Pensé en como es el domingo de cada uno. En cómo era mi domingo. En cómo era tu domingo. en las coincidencias y su ausencia.
Lo que sigue es de Septiembre del 2007. Iba a jugar un torneo de Magic, había tenido un sueño que quería recordar pero no analizar. Y coincidí. En esa época, como en este Abril último, le faltaba el respeto a William Blake tratando de entenderlo en su idioma. Ya no me sorprenden las coincidencias. Hace un buen rato que lo que sucede a diario es un juego delicadísimo de sutiles coincidencias y de espejos que apenas si se mueven, que se desplazan bailando una danza que a veces es cruel, pero que siempre es hermosa.
Transcribo y renuevo, por las coincidencias:
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Milton XLVII
Sweet dreams, form a shade
O’er my lovely infant’s head;
Sweet dreams of pleasant streams
By happy, silent, moony beams.
Se acaba de ir el tren que va para el otro lado. Las ratas desaparecieron antes.
Ya pasaron cinco de los diez minutos de demora y la llovizna se pone un poco más generosa con los que estamos (no somos más que dos) en la punta sin cobertura de este andén.
Pienso en que tengo que conseguir un Solífugo porque si no voy a hacer un papel aún más desastroso de lo que creía; pienso en Milla Jovovich (ayer vi, otra vez, The Fifth Element); pienso (ya que lo estoy escuchando) que habrá sido de los flacos de Candlebox; pienso en la lluvia, que es un placer elemental que nos negamos porque siempre cargamos con cosas que no deberían mojarse; pienso en como soy esclavo de lo que tengo (como me tiene lo que tengo) pero, en el fondo, pienso en el sueño.
Odio interpretar.
Sweet sleep, with soft down
Weave thy brows an infant crown.
Sweep sleep, Angel mild,
Hover o’er my happy child.
Odio pensar en significados ocultos.
Me molestan los dobles sentidos, las conversaciones oblicuas, me gustaría disfrutar del sueño en lugar de tener que sentirme obligado a destejerlo en simbologías.
Candlebox le deja lugar a The Flaming Lips y las doce personas que estamos en el andén nos repartimos las puertas del tren que acaba de llegar.
No somos muchos en el vagón. Me siento, las puertas cierran y me dedico a ordenar el sideboard (el intento de) y pienso en porqué le dedico un día libre a esto.
Una mano mugrosa y pequeña se agita adelante de mi cara.
Alzo la cabeza, molesto.
Es un pibito. No sabría calcularle la edad, la vida le mintió a él y seguro le miente a cualquiera que lo mire. Tiene la nariz redondita y mínima; la boca le ocupa casi toda la cara.
-Me llamo Diego, -me dice y me agita la mano de vuelta -¿Cómo estás?
[no voy a agregar color local ni modismos al hablar (nada de “eh, amigoh” o similares) ni en su conversación ni en lo que me relata luego. Sería un error. Sí voy a cometer otro error: el de agregar rasgos circunstanciales y de pasarle barniz a lo que diga, porque no puedo evitarlo.]
-Bien. Mojado.
Nos saludamos.
-¿Cómo te llamás?
-Pol.
Se ríe. Esa risa suena bien.
Sweet smiles, in the night
Hover over my delight;
Sweet smiles, Mother’s smiles,
All the livelong night beguiles.
-Andá… ¿Qué es eso? –señala a un Groundbreaker, mi (luego falsa) esperanza contra control.
-Nada, boludeces.
Guardo las cosas.
Se sienta en el apoyabrazos.
-¿Tenés una ayuda?
Tengo algunas monedas en el bolsillo de la campera, vuelto del boleto. Me doy cuenta de que no saqué el pase del subte. Que boludo. No soy de dar monedas. Se las doy.
-¿De qué cuadro sos?
Pienso en si eso será su forma de decir gracias. Tiene una pulserita con bolitas que alguna vez fueron azules y que alguna vez fueron amarillas.
-De Boca- miento por segunda vez en una conversación de no más de dos minutos.
Sonríe. Se guarda las monedas.
-Aguante.
No se va. Se queda sentado ahí.
Sweet moans, dovelike sighs,
Chase not slumber from thy eyes.
Sweet moans, sweeter smiles,
All the dovelike moans beguiles.
[no sé porqué lo hice.]
-¿Cuándo fue la última vez que soñaste y qué fue lo que soñaste? ¿Te acordás?
Silencio.
Me mira con muchísima desconfianza. Yo me muero de vergüenza. Tampoco sé porqué. Una vieja, un par de asientos frente a nosotros, nos mira con evidente desagrado. A ambos.
-Vieja puta –digo. En voz baja.
Se relaja. Sonríe otra vez.
No sé que decir.
Sleep, sleep, happy child,
All creation slept and smil’d;
Sleep, sleep, happy sleep,
While o’er thee thy mother weep.
***[el sueño]***
Detrás de tanta chapa y ropa colgada, detrás de soltar la incómoda mochila o la vergonzante pila de fotocopias para el tren, pasando la casilla última y los gritos de la vieja está la libertad.
Una terrosa y descampada extensión de libertad. Un par de arbustos raquíticos, un caballo que está ahí desde siempre y algunos montones de piedras salpicadas por acá y allá son la única decoración que el potrero necesita.
[le cuento (trato de contarle) que en Ituzaingó, cuando yo era muy pibe, también teníamos una cancha de tierra. Me mira molesto. tiene razón. me callo.]
Lo demás, el corazón, es aire y es tierra.
En esa tierra se agarró a piñas y cobró y se limpió los mocos y las lágrimas y la sangre ahí mismo y aprendió a que lo fajen cada vez menos.
En esa tierra jugó a la pelota hasta que le dolieron las tripas de hambre y le dolió el costado de correr y de reírse.
Hasta ahí va siempre que puede, que cada vez es menos.
Hasta ahí va ahora, con una pelota número cinco flamante, de un blanco heroico, redonda como el sol y linda como un domingo.
La va llevando, pegadita a la zurda, mientras se va metiendo hasta el medio de la canchita, todo vestido de azul y oro, los pelos de cepillo parados y llenos de fijador y la sonrisa tan grande que le come la cara.
Se para, pone la redonda debajo de la derecha y levanta la cabeza.
Ahí adelante, a unos veinticinco metros, está su viejo.
Es enorme, gigante, debe medir
[luego de discutir un poco sobre alturas llegamos a una conclusión.]
como cinco metros.
Está en cueros y con unos jeans blancos y gastados y algo mugrosos.
Está en cueros y tiene el color de la madera cuando se hace vieja. El pelo que se le está haciendo blanco desde hace unos años gobierna, enrulado, una cara que tiene unos ojos chiquitos y negros que siempre se esconden detrás de un montonazo de patas de gallo y otro montonazo de derrames.
Una cara vieja y sonriente (cada vez menos) que él sabe obedecer y querer sin chistar, sin la más mínima sombra de duda. Obedecer y querer sin chistar es más sano para el cuerpo.
Está ahí, gigante y quieto, con las manos sobre las rodillas, el cuerpo inclinado hacia adelante.
Su papá se yergue y su sombra se derrama hasta donde está él. Tiene un agujero en el medio del pecho. Se puede ver lo azul del cielo y alguna que otra copa de árbol a lo lejos por el agujero. No le parece raro. Un agujero perfecto, redondo, en el medio del pecho. Su papá se ríe. Mucho y fuerte. Tose, como lo hace desde que él tiene memoria, y escupe algo bastante grande y caliente hacia un costado.
Él se estira una media, luego hace rodar la pelota un toque y toma carrera. Una carrera corta, de crack.
Mira de nuevo el agujero y la cara de su viejo. Éste se sonríe y le guiña un ojo. Se pone la mano derecha sobre el pecho, haciendo que disminuya la luz considerablemente.
Cinco banderines irregulares de luz se recortan en el suelo y en el pecho de su viejo.
Da dos pasos, tranquilo, serio, con la lengüita asomada en un costado de la cara y le mete un shuto elegante y seco a la bocha con la parte interna del pie izquierdo.
La pelota se eleva y, como no podía ser de otra manera, atraviesa limpia y triunfal por el al agujero del pecho de su viejo, entre los dedos índice y medio.
Su viejo ya no ríe, lo mira con bronca y se va deshaciendo, de arriba hacia abajo, cayendo como el helado cuando hace muchísimo calor, y se va poniendo como esa cosa marrón y caliente que suele escupir.
Él grita el gol, con toda su fuerza, con la boca abierta en una O infinta. Grita y corre y grita y corre con los brazos abiertos. Como un avión, como un pájaro azul y oro.
Grita y corre y se derrama de alegría en el grito de gol. Y grita y corre con los brazos abiertos como un avión y llora y llora y llora. Y grita y llora y se deshace (desaparece, quiero decir) en el aire, aún gritando y llorando.
Luego, despierta.
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Sweet babe, in thy face
Holy image I can trace.
Sweet babe, once like thee,
Thy maker lay and wept for me,
¿Cuántos sueños se sueñan en silencio?
¿Cuántos sueños mueren en serio con la vigilia?
¿Cuántos sueños extraños a los nuestros se enroscan y desatan en el vacío y negro terciopelo del dormir de Los Demás?
¿Cuántos de esos sueños que no entendemos de gentes que no conoceremos jamás podrían tranquilamente ser compadres de nuestros sueños?
Wept for me, for thee, for all,
When he was an infant small
Thou his image ever see,
Heavenly face that smiles on thee,
¿Cuándo fue la última vez que lloraste en un sueño y qué (quién, quienes) fue lo que lloraste? ¿Te acordás?
Smiles on thee, on me, on all;
Who became an infant small.
Infant smiles are his own smiles;
Heaven & earth to peace beguiles.
-William Blake, A Cradle Song
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Y nunca me arrepentí de tomarme el tiempo y la labor de conocerte otra vez.
- Lord Byron, Writings